“Anoche soñé que había vuelto a Manderley”, es la célebre frase con la que empieza esta novela publicada en 1938.
La historia es narrada por una protagonista joven y anónima que se casa con el rico viudo (y cuarentón) Maxim de Winter, y se muda a su mansión, Manderley, donde se enfrenta a la omnipresente sombra de Rebeca, la primera esposa de Maxim, que murió en circunstancias misteriosas que se irán revelando durante la novela.
Leí este libro por un club de lectura en el que participé, y aunque el inicio me pareció lento, hay un momento donde la historia te atrapa y necesitas saber qué va a suceder.
Puedo resumir la esencia del libro como un “chisme gótico”, y no uso la palabra chisme de forma despectiva (me encanta el chisme), sino refiriéndome a su significado de conversación o relato que generalmente trata sobre la vida privada de otras personas, a menudo con detalles que no están confirmados como ciertos, y al género gótico como un género literario caracterizado por su atmósfera oscura, misteriosa, y a veces sobrenatural, por lo que me parece acertada (y un poco graciosa, la verdad 😜) mi descripción.
Hay cosas que quizá hoy en día nos parecen alarmantes, pero es importante recordar que se escribió hace casi nueve décadas, por lo que se tiene que tener su contexto histórico en cuenta.
Regresando a la novela, la protagonista se siente constantemente comparada con Rebeca, especialmente por la Sra. Danvers, la intimidante ama de llaves. Lucha con su propia inseguridad y falta de confianza durante toda la historia, hasta que se da cuenta de algo importante:
“Me parecía increíble no haber comprendido nada hasta entonces. Pensando en lo que me había ocurrido me pregunté cuántos serán los que sufren sin descanso porque son incapaces de vencer su propia timidez y reserva, que al atarlos y cogerlos les hace edificar una gran muralla que les impide ver la verdad. Así había yo inventado cuadros mentirosos, ante los cuales me senté, para atormentarme con su contemplación, por haberme faltado el valor de exigir el conocimiento de la verdad.”
Y me pregunto, ¿cuántos cuadros mentirosos (false pictures) estaremos cargando día a día? ¿Cuántas falsas interpretaciones hemos asumido porque nos da pena preguntar? Y lo único que hacen es causarnos daño a nosotros o a los que nos rodean.
Creo que mucha de esa pena viene de que nos asusta lo que los demás piensan de nosotros, a mí me pasa, pero cuando lo identifico, trato de recordar algo que el escritor André Dubus plasmó muy bien:
“La timidez tiene un elemento extraño de narcisismo, la creencia de que los demás realmente están pensando en uno mismo de la manera dolorosa en la que uno piensa de sí mismo.”
Piénsalo de esta manera, ¿te detienes a pensar en cada acción de cada una de las personas a tu alrededor? Seguramente no, tienes tus propias preocupaciones y problemas.
Del mismo modo, los demás tampoco están pensando en ti tanto como lo imaginas. Saber esto me parece que es muy liberador, porque nos permite hacer lo que sabemos que tenemos que hacer, sin preocuparnos por lo que piensen los demás.
Artículo publicado originalmente en La Ponchoteca en Junio de 2024.
Por si te quedaste con ganas de más
A través de su atmósfera inquietante y su narrativa envolvente, Rebeca es un clásico de la literatura que ha sido adaptado al cine, la televisión y el teatro, siendo la más destacada, la versión cinematográfica de 1940 (ganadora del Óscar a mejor película) de Alfred Hitchcock.
Por cierto, Los pájaros es cuento de terror y suspenso escrito en 1952 escrito por Daphne du Maurier y que también fue adaptado a la pantalla grande por Hitchcock, en 1963.
“Al pasar por el portillo, [Nat] oyó un zumbido de alas. Una gaviota negra descendía en picado sobre él, erró, torció el vuelo y se remontó para volver a lanzarse de nuevo. En un instante se le unieron otras, seis, siete, una docena de gaviotas, blancas y negras mezcladas. Nat tiró la azada. No le servía. Cubriéndose la cabeza con los brazos, corrió hacia la casa. Las gaviotas continuaron lanzándose sobre él, en un absoluto silencio, sólo interrumpido por el batir de las alas, las terribles y zumbadoras alas. Sentía sangre en las manos, en las muñecas, en el cuello. Los agudos picos rasgaban la carne. Si por lo menos pudiese mantenerlas apartadas de sus ojos… Era lo único que importaba. Tenía que mantenerlas alejadas de sus ojos.“



